28 de noviembre de 2010

CON TODOS USTEDES

Plan de última hora. El tiempo anda un poco revuelto y no sabemos qué día salir y dónde ir. Andamos todos aún desperdigados, aunque muchos ya han estrenado la temporada. Al final nos juntamos el sábado por la mañana en Escarrilla, escaqueándome yo de una comida de empresa…

Allí empieza a aparecer todo el mundo, y el desayuno se convierte en el festival del reencuentro. Veo claro que es el momento de sacar el bizcocho-invento (gofio y almendra, manzana y canela) y allí que lo compartimos entre historietas, preguntas…algunos no nos hemos juntado desde hace meses, y es que el verano diluye un poco el grupo: unos con la bici, otros barrancos, otros escalada…pero con la nieve hay una única respuesta: A ESQUIAR! Se nos ve a todos llenos de ilusión infantil, da igual la edad de cada uno, el espíritu es joven, y eso es lo que cuenta. Esta gente, sin duda, le pone vida a los años.

Optamos por unos conocidos: Espelunciecha y Arroyeras. Donato recuerda la primera vez que subimos juntos, Sara, Jorge, él y yo. Y me pregunta si hace dos ó tres años de aquello. “Pero Donato, si yo hace dos años aún no os conocía!” Se queda extrañado, pero echamos cálculos y, efectivamente, hace dos años yo apenas había hecho esquí de travesía…Miro a mis amigos y me parece imposible que nos conozcamos tanto de tan poco tiempo…Hace dos años había hecho yo cuatro salidas de esquí, contando las del cursillo, claro! Cuantísimo por aprender. Ya nos dice Miguel Ángel que nos va a dar caña, a ver si aprendemos. Todos estamos impacientes por mejorar.

Teníamos tantas cosas que contarnos que hacemos una doble huella, más social que la única, para ir charlando. Y hay sitio para todo: los vinos, las verduras ecológicas, el presente laboral, los proyectos futuros, los viajes, los recuerdos de otras salidas…todo, todo lo podemos hablar porque vamos como de paseo. Me acuerdo de la primera vez que subí al Posets con dos amigos, y ya casi arriba, a diez ó doce metros, se me ocurrió decir “Pues un poco cansadeta estoy, eh?” Y uno de mis amigos me dijo que ya podía, porque había estado cascando toda la subida…Ni te das cuenta de que avanzas, pero al final “pole, pole” vas haciendo.
En este caso había una gran desproporción entre el esfuerzo del que abría huella, que iba solo abriéndonos camino entre el paquetón de nieve, y el resto, que seguíamos la autopista sin despeinarnos.

Arriba hace fresco, no hay viento, y eso nos salva, porque es quitar guantes y quedarse las manos heladas. El té caliente nos sienta bien; en días como hoy, es clave. Subir muy bien, pero bajar…tenía sensación de haberme olvidado en unos meses. Si han pasado sólo cinco meses, cómo no me voy a acordar! Sin embargo, voy agarrotada, muy poco suelta, torpe…habrá que practicar más, que esto no puede ser!
Transición y arriba de nuevo. Se va mejor subiendo, en caliente. El frío limpio se cuela por dentro y nos llena de invierno, de los paisajes innivados, tan deseados.

A pesar del frío y del día gris a ratos, agradecemos el esquí y el reencuentro y los planes salen como setas: para dentro de una semana, para dentro de dos, para dentro de un mes, para primavera…

Señoras y señores, con todos ustedes…ya está aquí, la temporada de esquí!!!!!

7 de noviembre de 2010

CUCHI...QUÉ? CUCHIBLANGA!

En teoría hoy debía estar lamentándome de nuestra insensatez frente a mis esquís destrozados. Pero con la fría acogida que tuvo el plan de estrenar la temporada de esquí, hicimos un ejercicio de reflexión, y decidimos acompañar al maestro en su labor de exploración del Pirineo más insólito.
Donato, emocionado, tenía todo en el GPS, se había estudiado a conciencia los mapas, las posibles rutas, la salida…todo, para subir al Cuchi…qué?
Cogemos un sendero precioso, con una alfombra otoñal bajo nuestros pies. Mucho boj, abedules, algún avellano, pequeños robles que aparecen tímidos, bajo la protección sombría de este bosque. Ver las hojas caducadas en el suelo y buscar el árbol del que proceden por encima de los hombros. Colores muy intensos, rojos fogosos frente al siempre verde pino, que se retuerce entre las rocas. El otoño en todo su esplendor. Enfrente, la blancura del Verde, el verdor de los campos.
Vemos continuamente la arista sur, que tiene una pinta impresionante, y vamos comentando las posibilidades, el material que deberíamos llevar, el tiempo que debe requerir, la dificultad: estamos fabricando un nuevo sueño que, hasta el verano que viene irá cobrando peso y forma, hasta que le llegue el momento, que le llegará.
Una vez dejamos el sendero, esto ya es el sálvese quien pueda. Dudamos unos instantes, pero en grupo seguimos por la otra margen. Ahora los cuatro vamos algo dispersos, pero yo busco a Donato y Jorge se reúne con nosotros. Constantemente vemos huellas de sarrio, y pequeños senderos trazados por estos escaladores recios.
Al salir al collado, nos encontramos a uno de ellos subido en una roca, en medio de un paredón. Tan cómodo, tan relajado…nos ha visto y ni se mueve, conoce perfectamente la brecha entre nuestra torpeza y su agilidad.
Comemos al sol, en un día más propio de septiembre que de noviembre; sólo de pensar que pretendíamos esquiar, me viene la sonrisa incrédula.
Hora de atacar esta cima tan poco visitada, a ver por dónde se deja…Enseguida encontramos por dónde subir, y nos equipamos con arnés, casco, etc. Donato llega a un paso en el que hay que asegurar, y allí sacamos cuerdas y cacharros. Nos encontramos hasta un cordino viejo, viejo! Este cordino es por lo menos de Rabadá y Navarro (de broma, claro)! En tres largos llegamos a esta cima desconocida, el Cuchiblanga, vaya nombrecito le arrearon. Me encanta esta forma tan llena de descubrimiento, de aventura, de trabajo en grupo (que te caiga un pedrusco del compañero también forma parte del trabajo en grupo, desgraciadamente), esta forma tan rústica de pirinear.
Nos damos cuenta de que el tiempo pasa volando cuando te entretienes con las cuerdas, y que nuestras posibilidades de hacer otro pico se reducen al mínimo. Decidimos bajar al coche sin más, que esto del cambio de hora es un rollo, se te va el día sin darte cuenta.
La bajada es algo penosa, hay que ir con mucho cuidado, aunque vamos tranquilos y tenemos confianza en cada paso que damos. Hasta el barranco, de nuevo, donde cogemos el sendero y ya nos relajamos del todo.
El bosque se convierte en pista de atletismo, en patio de colegio: a correr! Me encanta reducir velocidad en las revueltas del sendero, para salir ya más rápido de la curva. Saltar piedras, trocos, esquivar ramas…es todo un ejercicio de reflejos, que disfrutamos hasta la carretera. La luz se va, y nuestra excursión nos deja tan ilusionados con la aventura vivida, que ya queremos más.

A pesar de todo, sabemos ya que viene la nieve, que ahora sí, hay que despedirse de las zapatillas y encerar los esquís.

3 de noviembre de 2010

TXAPELA BURUAN, IBILI TXINDOKIN


Todos tenemos sueños de montones de tamaños. Algo que podría parecer un sueño discreto y muy accesible, se convierte año tras año, en algo gigante, uno de los Annapurnas de los que nos hablaba Iñaki Ochoa.
Por allá por el no tan cercano año 2003, me decía Asier Izaguirre que habíamos estado cogiendo setas por las faldas del Txindoki (y yo sin saberlo)!, que a él le encantaba ir a la cresta en un “titá” y bajar medio corriendo, así como quien va a por el pan y vuelve. Yo había empezado a escalar entonces, y lo de hacer vías de aventura me sonaba a extraterrestre casi. Ahora escalo peor que entonces, pero he pisado más monte, y tengo a mi alrededor un elenco de excelentes montañeros, que me dejan soñar en voz alta, y me acompañan.
Así nació el Txindoki como un sueño guardadito en un cajón. Luego pasaron muchas cosas, y algunos años, y me vine a Zaragoza. Caí en el club de montaña, allí en la sección de escalada, y bajo los Mallos de Riglos volvió el Txindoki a escena...”Hay una salida del club a la arista del Txindoki, te suena?” Queeeeeeeé?!!! Yo quiero ir! Pero en aquella ocasión tampoco pude. Ese año no se dejó el Txindoki, hizo un tiempo malísimo...
Al año siguiente volvía aparecer como salida del club, pero las previsiones meteorológicas fueron tan malas que se canceló. Yo insistí hace ya muchos meses, pero mi propuesta no tuvo éxito. Ahí quedó la cosa, otra vez el sueño a su cajón.
Este año ya lo veía como algo cercano, tangible, y mandé el correo a todos: “TXAPELA BURUAN TA IBILI TXINDOKIN” Por fin la gente se iba apuntando, por fin intentábamos la crestecita. Pero las previsiones no eran del todo buenas...otra vez.
El sábado, tras desayunar en Tolosa (cuantísimos recuerdos...) pasamos Amezketa y aparcamos. El paseo hasta la base se hace agradable aunque cuesta avanzar por la hierba alta, pero a medida que nos aproximamos a la cresta nos damos cuenta de que ese viento nos va cortar las alas (aunque pudiéramos salir volando sin ellas...) Resignados, nos volvemos al coche. Nos despedimos sabiendo que íbamos a volver, sólo que no imaginábamos que sería en 24 horas.
El domingo, desde el camping Igeldo, el día es más que aceptable, y nosotros, que tenemos más moral que el alcoyano, volvemos a intentar el Txindoki. En el inicio del tercer largo nos pilla una tromba de agua que vamos, dejará tan frescos a los de Bilbao, pero nosotros nos quedamos pajaritos. Aún así, en cuanto para, Miguel Ángel sale ligero a por el tercer largo, pero ante la amenaza de un nuevo chaparrón, le hacemos volver sobre la roca mojada. Retirada y despedida, ahora sí, hasta el año que viene. Laister arte Txindoki!
El lunes, un Riglos soleado y templado tenía acento vasco, y todos entendíamos por qué...
Esta es la historieta del Txindoki, la de nuestro puente es otra, repleta de risas, infusiones y cariño. Txindoki lagunekin (Txindoki con amigos).