7 de noviembre de 2010

CUCHI...QUÉ? CUCHIBLANGA!

En teoría hoy debía estar lamentándome de nuestra insensatez frente a mis esquís destrozados. Pero con la fría acogida que tuvo el plan de estrenar la temporada de esquí, hicimos un ejercicio de reflexión, y decidimos acompañar al maestro en su labor de exploración del Pirineo más insólito.
Donato, emocionado, tenía todo en el GPS, se había estudiado a conciencia los mapas, las posibles rutas, la salida…todo, para subir al Cuchi…qué?
Cogemos un sendero precioso, con una alfombra otoñal bajo nuestros pies. Mucho boj, abedules, algún avellano, pequeños robles que aparecen tímidos, bajo la protección sombría de este bosque. Ver las hojas caducadas en el suelo y buscar el árbol del que proceden por encima de los hombros. Colores muy intensos, rojos fogosos frente al siempre verde pino, que se retuerce entre las rocas. El otoño en todo su esplendor. Enfrente, la blancura del Verde, el verdor de los campos.
Vemos continuamente la arista sur, que tiene una pinta impresionante, y vamos comentando las posibilidades, el material que deberíamos llevar, el tiempo que debe requerir, la dificultad: estamos fabricando un nuevo sueño que, hasta el verano que viene irá cobrando peso y forma, hasta que le llegue el momento, que le llegará.
Una vez dejamos el sendero, esto ya es el sálvese quien pueda. Dudamos unos instantes, pero en grupo seguimos por la otra margen. Ahora los cuatro vamos algo dispersos, pero yo busco a Donato y Jorge se reúne con nosotros. Constantemente vemos huellas de sarrio, y pequeños senderos trazados por estos escaladores recios.
Al salir al collado, nos encontramos a uno de ellos subido en una roca, en medio de un paredón. Tan cómodo, tan relajado…nos ha visto y ni se mueve, conoce perfectamente la brecha entre nuestra torpeza y su agilidad.
Comemos al sol, en un día más propio de septiembre que de noviembre; sólo de pensar que pretendíamos esquiar, me viene la sonrisa incrédula.
Hora de atacar esta cima tan poco visitada, a ver por dónde se deja…Enseguida encontramos por dónde subir, y nos equipamos con arnés, casco, etc. Donato llega a un paso en el que hay que asegurar, y allí sacamos cuerdas y cacharros. Nos encontramos hasta un cordino viejo, viejo! Este cordino es por lo menos de Rabadá y Navarro (de broma, claro)! En tres largos llegamos a esta cima desconocida, el Cuchiblanga, vaya nombrecito le arrearon. Me encanta esta forma tan llena de descubrimiento, de aventura, de trabajo en grupo (que te caiga un pedrusco del compañero también forma parte del trabajo en grupo, desgraciadamente), esta forma tan rústica de pirinear.
Nos damos cuenta de que el tiempo pasa volando cuando te entretienes con las cuerdas, y que nuestras posibilidades de hacer otro pico se reducen al mínimo. Decidimos bajar al coche sin más, que esto del cambio de hora es un rollo, se te va el día sin darte cuenta.
La bajada es algo penosa, hay que ir con mucho cuidado, aunque vamos tranquilos y tenemos confianza en cada paso que damos. Hasta el barranco, de nuevo, donde cogemos el sendero y ya nos relajamos del todo.
El bosque se convierte en pista de atletismo, en patio de colegio: a correr! Me encanta reducir velocidad en las revueltas del sendero, para salir ya más rápido de la curva. Saltar piedras, trocos, esquivar ramas…es todo un ejercicio de reflejos, que disfrutamos hasta la carretera. La luz se va, y nuestra excursión nos deja tan ilusionados con la aventura vivida, que ya queremos más.

A pesar de todo, sabemos ya que viene la nieve, que ahora sí, hay que despedirse de las zapatillas y encerar los esquís.

3 comentarios:

  1. Original principio que me ha tenido intrigada durante toda la lectura. Mor

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  2. Blanquita qué bien observas todo lo que hay a tu alrededor mientras caminamos. Qué agradable jornada entre amigos en ese desconocido y precioso terreno de aventura. Me encanta tu crónica, una vez más.
    Ya veo que acelerabas a la salida de las curvas. Por eso no te podía pillar. Eres ágil y rápida. Muax!

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