30 de abril de 2012

PIROPEANDO

Cierro los ojos: oigo el viento golpear la génova, huelo a salitre, siento el vaivén, el impulso eólico que nos transporta. Los abro: veo a mis amigos sonrientes, sentados en la bañera del Piropo, al frente se intuye ya Antigua, isla a la que nos dirigimos. Hablan de grados, de nudos, yo escucho atenta este lenguaje nuevo que deseo aprender.

Esta mínima incursión en el viaje de mis amigos hace que una se lo crea todo. Sólo hay que soñar en serio, y creérselo. Hace unos años, Dani hablaba de esto, como hablamos muchos de nuestros sueños del cajón que cerramos una y otra vez. Pero sus ojos hablaban en serio, y se atrevieron a soñar, abrir ese cajón y sacar algo gordo.

Llegamos al aeropuerto de Guadalupe por la tarde, y allí estaban, buscándonos con la mirada: Los ojos marinos de una y los celeste del otro, parecieran hechos justo para esta aventura. A los cinco minutos ya me parece que los he visto ayer. Es mágico esto que pasa con los amigos, llevas ocho meses sin verles y parece que has estado echando un café ayer con ellos, sigue la misma confianza, la misma naturalidad de siempre. Pero con mucho más que contar. Las conversaciones se alargan, se suceden los temas, nos preguntamos de todo, y de todos: padres, hermanos, trabajo, vacaciones, viajes, montaña, amigos, planes (planes?), sueños…

Visitamos La Soufrière, un volcán en activo, que huele a azufre que apesta, pero tiene una excursión preciosa entre la niebla. Visitamos playas paradisíacas, y disfrutamos de la compañía con una intensidad inusual: no sabemos cuándo podremos volver a visitarles. Esa incertidumbre me aturde un poco, aunque me hace valorar más si cabe, cada minuto. Y el Piropo, su velero, se hace un hueco entre nosotros como uno más, como si tuviera personalidad propia. Admiro la vida así, tan sencilla, tan ajena a lo superfluo, y tan rica en detalles. Admiro desprenderse de todo este lastre que nos ahoga hasta límites insospechados, y luego aún nos apretamos un poquito más la soga, como buenos masoquistas.

Estar en la marina haciendo los papeles en inmigración me parece un momento especial. Haber llegado a un país con mis (sus) propios medios, sin pasar por el aparatoso aeropuerto, me parece algo increíble. Ellos ya están acostumbrados.

Pasan los días y la fecha en que estamos coincide con la escrita en el billete de vuelta: Maldito calendario, que se apresura cuando uno no quiere. Quisiera romper el billete, ese traidor que me llena de tristeza, que fuerza el final de un viaje mucho más profundo de lo esperado.

Esta mañana conducía bajo la nieve, descolocada, sin entender nada de nada…